¿Participaste en la creación del CERMI o en las primeras conversaciones?

 

No tuve nada que ver en la parte maravillosa de generación, de creación del CERMI. Cuando llego a Fundación ONCE y me proponen que asuma la secretaría general del CERMI, el movimiento asociativo estaba menos vertebrado, estaba lleno de gente con una ilusión tremenda, pero le faltaba coordinación. La visión estratégica que tiene Rafael de Lorenzo, y supongo que más personas del entorno de la ONCE, de aglutinar organizaciones, fue tan importante como la idea de no solo plantear reivindicaciones, sino intentar construir propuestas. Creo que eso fue la clave del éxito. 

 

¿Cómo fue la aportación de la ONCE y de Fundación ONCE a este proyecto del CERMI?

 

El CERMI tenía, por un lado, un grupo maravilloso de personas, que eran los activistas sociales, gente que dedicó su vida a esas organizaciones, y tenía una muy buena visión estratégica, de pensar que juntos se puede hacer más si uno es capaz de entenderse y limar diferencias. Pero necesitaba también un pulmón financiero, porque para plantear propuestas de manera constructiva a los responsables políticos había que contar con expertos que la construyeran, y cuestan dinero; esa es la aportación que hace la ONCE, y el Grupo Social ONCE, a través de la fundación. Fue fundamental.

 

¿Cómo vives tú esa experiencia en los puestos de responsabilidad que entonces asumías?

 

Tener la suerte de poder representar a los cerca de cuatro millones de personas como secretario general del CERMI, y también tener la responsabilidad de sustituir a Rafael de Lorenzo, que ha sido durante mucho tiempo mi maestro, y la oportunidad de apoyar al CERMI desde la Fundación ONCE, fue un regalo de los dioses.

 

¿Era fácil imaginar entonces que las cosas saldrían tan bien o resultaba casi una utopía? 

 

Si con 30 años no crees en los sueños, estás un poco fastidiado. He tenido la suerte de llegar muy joven a esas responsabilidades y la idea del CERMI la veía como un gran sueño, pero también veía las dificultades, y había muchas… Cuando uno tiene la necesidad de obtener los recursos, que son muy limitados, y que están destinados a mantener proyectos que le cambian la vida a la gente, gente sorda, ciega, con discapacidad intelectual…, la negociación de ceder una parte de lo tuyo para que alguien que tiene más dificultades las pueda cubrir, precisa de una generosidad impresionante, y no era fácil. Entonces la sensación era: ¡Cuántas cosas hay que hacer para que esto salga bien!, pero, si sale bien, ¡va a ser increíble!

 

¿Cuántas cosas había que hacer? ¿Qué obstáculos tuvo que superar el CERMI en sus inicios?

 

Había varios, pero el primero que yo percibía es que tenía que ser realmente reconocido como un interlocutor global y eso las administraciones públicas no estaban muy por la labor, pero no por una mala fe, éramos tantos que cuando el director de discapacidad se reunía con todas las asociaciones, había pasado medio mandato… Tampoco el sector de lo social había planteado un modelo diferente al de las reivindicaciones y el gran acierto fue entender que a la reivindicación, a la denuncia de una situación discriminatoria, había que aportar propuestas. 

 

Ahí fue fundamental por un lado el talante y la inteligencia natural de Rafael de Lorenzo, pero también la figura del primer presidente del CERMI, Alberto Arbide, que era un hombre tremendamente empático. Las reuniones eran maratonianas, porque todo el mundo teníamos nuestro listado de necesidades, pero sabías que la Administración no podría gestionarlas todas, había que ir quitando cada uno de lo suyo, estableciendo prioridades…

 

¿Prioridades en torno a lo común en primer lugar?

 

Siempre. Pero teníamos que enfrentarnos también a una cuestión, y creo que la ONCE hizo un esfuerzo muy importante por impulsar el CERMI a través de la Fundación ONCE, y había que demostrar a todo el mundo que el CERMI no era una herramienta de la ONCE, que era algo mucho más amplio y en el que todos podían participar. Para los miembros de ONCE que estábamos en CERMI, era igual de importante defender nuestra lucha contra el juego ilegal que defender la Ley de Lengua de Signos, por ejemplo. 

 

Hemos conseguido así más cosas. Alberto Arbide hacía casa común, pero hoy en día hemos conseguido tener como presidente a una de las personas, si no la persona que más sabe del sector de la discapacidad en España y probablemente fuera; tener ese activo dentro del CERMI, tener los trabajadores que ahora tiene CERMI, en aquel entonces era poco menos que otro sueño. Estos 25 años de historia, el modelo de creación del CERMI como lobby de los social es un modelo increíble.

 

¿Tienes en la memoria algún recuerdo importante, de un logro, un reconocimiento, algo especial?

 

En leyes o enmiendas a leyes, muchos, pero quizás en la mente se quedan esas cosas que son más percepciones, haber estado en Moncloa, tanto con el presidente Aznar, como con el presidente Zapatero, y ver a estas personas representando a las personas con discapacidad, en el centro del poder ejecutivo, después de haber sido capaz de incluir en el Parlamento muchas de estas reivindicaciones y que además fueran aprobadas… Cuando vi que los presidentes del gobierno recibían a los miembros del CERMI, conocían sus preocupaciones y se comprometían, ese día pensé que eran muchos años de trabajo y un reconocimiento a aquellas personas que tanto lucharon en los años 70, los 80…

 

Qué importantes esos impulsores, esas familias.

 

El esfuerzo vital de personas, de familias enteras en defender no solo a sus hijos, sus familiares, sino a las organizaciones, es un trabajo que hay que reconocer, por el que estamos eternamente agradecidos; sin esos inicios tan difíciles no habría podido aparecer ni siquiera el germen de la idea del CERMI, y luego no se hubiera podido desarrollar. Hay que reconocer primero a esas personas, activistas de lo social cuando no había nada, después a toda la gente que hemos tenido la suerte de participar y contribuir humildemente, y también a todos los trabajadores del CERMI, porque tampoco es fácil trabajar día a día en este sector de lo social que está en todo, porque todo tiene impacto en lo social, la política impacta en lo social, la economía impacta en lo social y, al final, ¿qué queremos los ciudadanos? Vivir de la mejor forma posible.

 

¿Qué es realmente el CERMI para la sociedad?

 

El trabajo del CERMI ha permitido mejorar el mundo de muchísimas personas, no solo de cerca de cuatro millones de personas con discapacidad, de nuestras familias, y por extensión de mucha más gente. Hoy en día tener un hijo con discapacidad no tiene nada que ver con tenerlo en los años 90. El CERMI ha hecho de este mundo un mundo mejor. Aunque queda mucho por hacer, por supuesto.

 

¿Qué quedaría por hacer en un futuro no muy lejano?

 

Muchísimas cosas. Hay un reto importante y es mejorar mucho más las condiciones de las mujeres con discapacidad, y esto no es una perspectiva solo feminista, es una perspectiva absolutamente igualitaria. Otro reto sería seguir apoyando los CERMIS autonómicos, porque ese modelo de comunidades autónomas, que algunos cuestionan, son estructuras mucho más próximas. Dos retos más difíciles son, seguir impulsando la visibilidad de las discapacidades menos conocidas, y otro, mantener la equidistancia entre todas las opciones políticas, tener en todo momento presente que los intereses de la discapacidad están por encima de cualquier posible uso partidista.